por Carl Eugene Stroud

Les maestres pueden ser les burócratas originales porque perpetúan el privilegio del conocimiento. Es gracias a les maestres que la burocracia puede trascender las generaciones. Sin maestres no podría haber herederos del saber hacer tecnocrático, pero también es cierto que sin maestres no podría haber cultura liberadora, solo condicionante. Sin maestres, cada generación, cada revolucionarie individual tendría que empezar de cero, desde el mismo comienza de la Historia. Gracias a les maestres, la historia de la lucha de clases puede transmitirse y difundirse. Gracias a les maestres, no tenemos que reinventar la rueda para colaborar o comunicarnos. Esto significa que es posible, a través del acto de ensenar adoctrinar o liberar a les estudiantes. Es el método y la pedagogía particular lo que hace toda la diferencia porque el aprendizaje necesariamente ocurre en tierra de nadie. Entonces, aunque obviamente no son ellos mismos les oprimides por el conocimiento, tampoco les maestres son les opresores. Ocupan un término medio; todo maestre trabaja en la frontera, en el límite, en el borde.

La docencia es un trabajo ético precisamente porque transita la frontera entre la burocracia y la revolución. Une maestre que comparte respuestas a preguntas importantes con les estudiantes, con la intención de inculcarles estas respuestas, es parte del problema. Puede que sea una buena persona con grandes intenciones, pero no son intenciones revolucionarias. Este tipo de enseñanza no es liberador porque este tipo de docente es un burócrata, un agente de les poderoses, defendiendo su papel en el sistema. Rechazan la libertad de plantear nuevas preguntas y se deshumanizan a sí mismos ya sus alumnes al reducir el aprendizaje a la propagación mecanicista de respuestas preestablecidas.

El circuito de retroalimentación creado por este tipo de educación es la burocracia, simple y llanamente. Es una desviación innecesaria e interminable que está justificada por el moralismo. Se te considera una buena persona si compartes el generoso don de la solución con los necesitados y los que aún no saben. Se supone que la solución sirve como la pieza que falta en el rompecabezas prefabricado que es la existencia humana, una receta única para todos con la promesa de una aplicación universal.

Por el contrario, alguien que asume personalmente la carga de conocer la solución, que, al igual que le otre profesore, tiene plena intención de compartir, explicar y, en general, mostrar las soluciones (y los problemas correspondientes), pero que no tiene la expectativa de convencer a les estudiantes de estas soluciones, este es un maestre que practica la pedagogía radical. Esperan que les estudiantes vengan con sus propias preguntas nuevas, tal vez sobre el problema original y su premisa, tal vez sobre su solución, pero tal vez sobre algo completamente diferente. Estas posibilidades, que son evitadas por le maestre burocrático, son adoptadas por el maestre radical que acepta su papel en la situación como el que tiene la solución caricaturescamente rígida y leída. Este absurdo deja en claro una distinción de clase entre le maestre que se encuentra en el precipicio, con un conocimiento íntimo de sus contornos, ya les estudiantes cuyas mentes aún no están formadas por la dicotomía problema-solución prevaleciente.

Caminar por el borde causa angustia, no porque puedas caerte, sino porque puedes saltar. El acantilado deja claro que todo está supeditado a la libertad. Esto requiere rigor ético y determinación por parte del docente, pero todo el proceso de aprendizaje depende fundamentalmente del reconocimiento y defensa de la libertad por parte de les alumnes porque le maestre puede parecer tan sabio, tan bien informado y experimentado, y le estudiante puede estar tan hambriento de aprender, tan ambiciosos y competitivos, que caminan (o corren) voluntariamente por el precipicio, a una vida de ser une orgulloso proveedore de soluciones, prêt-à-porter.